Tres poemas de Salvatore Cajiao

Por esos panes, por ese vino. 

Ahora que nos duele a todos el mismo dolor,
levantemos lirios en nombre del nombre. 
No para comenzar una pira de ecos,
sino para ser admitidos sencillamente 
junto a las piedras y los árboles. 

Nos llamaremos como el nómada
de las bancas y los huecos.
Perderemos la desgracia de ganar
o de continuar fraguando todo
lo que quisiéramos haber perdido. 

Nos volveremos un respiro en la historia del polvo,
un nuevo orden de todos los grises,
un otro nadie en la nada.
Como sueños nos iremos del espacio,
como si desde el fondo del tiempo
nos llamara la última vigilia
de la memoria: el olvido.

Toda palabra nos saldrá verbo.
Nos dolerán las raíces entreveradas de la lengua
hasta dar con el nudo:
la misma canción de cuna,
los mismos signos, 
la misma madre.

Conoceremos las monedas y sus tres caras,
la biblia y sus mil ídolos.
Perdonaremos a nuestros prójimos 
no por ser semejantes, sino por ser humanidad. 

Sentiremos que existe solo un número y lo veremos
fraccionado en distintos momentos del infinito.
Así sabremos que solo existe un tiempo
articulado por dioses: sonidos o silencios. 

Seremos al fin lo que somos:
un instante que recuerda instantes.
Y así recordaremos lo que siempre hemos sido:
un mismo dolor repartido entre la especie.


Puerto del espejo

No hay nadie que detrás de las nubes espere la vidriera
o que constele los adoquines mudos en las ramblas.
Las palmeras han quedado solas con el viento;
nadie sorteará sus ramas caídas.
El mar seguirá abriendo al mundo 
más no habrá quién junte el jadeo 
con la persiana continua
que lega la marea.

Es de noche en el tiempo
y el cielo está astillado de soledades.
La procesión de las islas,
el remojar de la luna, 
los roncos barcos viejos, 
solo aparecen como rastros,
llaves ocultas
de un tierno asilo
en el poblado monólogo.

Un muelle añejo es limado
por péndulos de espuma.

La colonia de gatos en la orilla
espera que el puerto despierte.

Un niño hace hablar a las rocas
y rehace la creación.

¿Soy yo esas vidas y las otras
o somos todos puentes a una soledad
que no sabremos nunca?


Incertidumbre 

Tal vez despierte con el infinito afinando 
el río de mi memoria que curva las piedras.
Tal vez la gravedad en mi boca provoque 
el pulso sereno que articula las aguas. 
Tal vez aún árido y mustio detenga
la erosión que me labra las venas.

Cuando ese día llegue espero encontrar
un evangelio en la confusión de la mañana
y sentir que he inventado una nueva respiración.

Tal vez no abra la ventana  para que entre el viento 
sino para salga el rostro.	
Y no sea para que los ojos pueblen las calles 
sino para saber por qué calles se pueblan a los ojos. 

Una vez fuera, espero escuchar
la nimia diferencia 
entre los llantos de las espigas
y las risitas de la caña.

Tal vez un ave cante y mencione 
el nombre que tuve antes de mi nombre.
Cuando su voz se entregue
descifrará el sonido en mi pecho
antes que las palabras.
Tal vez mis piernas humanicen sus alas
y al quedarse quieta me dé una respuesta
antes que los sueños. 

(Pero no lo sé).

Tal vez yo no sea sino un nido hecho 
de cada rama, de cada árbol, de cada estación.
Me derramaré, flaco y habitable por el viento,
esperando que otra ave regrese y me reconozca. 
Espero que traiga consigo
de lo que soy, 
algo que no conocía. 
Sabré entonces que ninguna de mis ramas me pertenece.
Las que son mías siempre serán del viento.

Por eso, tal vez yo no habite mi casa por miedo al mundo
sino para saber que trozos del mundo caben dentro,
y no me acueste para olvidarme del cuerpo
sino para inventarle un cuerpo al olvido.
Tal vez no cierre los párpados para deshacer el mundo
sino para darle al mundo finalmente un lugar.

(Ahora lo sé).

Tal vez no despierte con el infinito afinando 
el río de mi memoria que curva las piedras.
Tal vez la gravedad en mi boca no provoque 
el pulso sereno que articula las aguas. 
Tal vez aún árido y mustio no detenga
la erosión que me labra las venas.

(Ahora lo sé).

Tal vez la única certeza
sea el azar.
Tal vez la única certeza
sea Dios.

Tal vez sean lo mismo. 

Salvatore Cajiao (Guayaquil, 1997). Cursa una licenciatura en Psicología. Autor del libro “Matamuertes” (El Conejo, 2019). Ha participado en distintos recitales a nivel nacional y en múltiples ocasiones ha presentado sus obras fusionándolas con música de su autoría, en colaboración con bandas locales. Algunas muestras de sus textos han sido publicadas en revistas digitales internacionales.

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