Por esos panes, por ese vino. Ahora que nos duele a todos el mismo dolor, levantemos lirios en nombre del nombre. No para comenzar una pira de ecos, sino para ser admitidos sencillamente junto a las piedras y los árboles. Nos llamaremos como el nómada de las bancas y los huecos. Perderemos la desgracia de ganar o de continuar fraguando todo lo que quisiéramos haber perdido. Nos volveremos un respiro en la historia del polvo, un nuevo orden de todos los grises, un otro nadie en la nada. Como sueños nos iremos del espacio, como si desde el fondo del tiempo nos llamara la última vigilia de la memoria: el olvido. Toda palabra nos saldrá verbo. Nos dolerán las raíces entreveradas de la lengua hasta dar con el nudo: la misma canción de cuna, los mismos signos, la misma madre. Conoceremos las monedas y sus tres caras, la biblia y sus mil ídolos. Perdonaremos a nuestros prójimos no por ser semejantes, sino por ser humanidad. Sentiremos que existe solo un número y lo veremos fraccionado en distintos momentos del infinito. Así sabremos que solo existe un tiempo articulado por dioses: sonidos o silencios. Seremos al fin lo que somos: un instante que recuerda instantes. Y así recordaremos lo que siempre hemos sido: un mismo dolor repartido entre la especie. Puerto del espejo No hay nadie que detrás de las nubes espere la vidriera o que constele los adoquines mudos en las ramblas. Las palmeras han quedado solas con el viento; nadie sorteará sus ramas caídas. El mar seguirá abriendo al mundo más no habrá quién junte el jadeo con la persiana continua que lega la marea. Es de noche en el tiempo y el cielo está astillado de soledades. La procesión de las islas, el remojar de la luna, los roncos barcos viejos, solo aparecen como rastros, llaves ocultas de un tierno asilo en el poblado monólogo. Un muelle añejo es limado por péndulos de espuma. La colonia de gatos en la orilla espera que el puerto despierte. Un niño hace hablar a las rocas y rehace la creación. ¿Soy yo esas vidas y las otras o somos todos puentes a una soledad que no sabremos nunca? Incertidumbre Tal vez despierte con el infinito afinando el río de mi memoria que curva las piedras. Tal vez la gravedad en mi boca provoque el pulso sereno que articula las aguas. Tal vez aún árido y mustio detenga la erosión que me labra las venas. Cuando ese día llegue espero encontrar un evangelio en la confusión de la mañana y sentir que he inventado una nueva respiración. Tal vez no abra la ventana para que entre el viento sino para salga el rostro. Y no sea para que los ojos pueblen las calles sino para saber por qué calles se pueblan a los ojos. Una vez fuera, espero escuchar la nimia diferencia entre los llantos de las espigas y las risitas de la caña. Tal vez un ave cante y mencione el nombre que tuve antes de mi nombre. Cuando su voz se entregue descifrará el sonido en mi pecho antes que las palabras. Tal vez mis piernas humanicen sus alas y al quedarse quieta me dé una respuesta antes que los sueños. (Pero no lo sé). Tal vez yo no sea sino un nido hecho de cada rama, de cada árbol, de cada estación. Me derramaré, flaco y habitable por el viento, esperando que otra ave regrese y me reconozca. Espero que traiga consigo de lo que soy, algo que no conocía. Sabré entonces que ninguna de mis ramas me pertenece. Las que son mías siempre serán del viento. Por eso, tal vez yo no habite mi casa por miedo al mundo sino para saber que trozos del mundo caben dentro, y no me acueste para olvidarme del cuerpo sino para inventarle un cuerpo al olvido. Tal vez no cierre los párpados para deshacer el mundo sino para darle al mundo finalmente un lugar. (Ahora lo sé). Tal vez no despierte con el infinito afinando el río de mi memoria que curva las piedras. Tal vez la gravedad en mi boca no provoque el pulso sereno que articula las aguas. Tal vez aún árido y mustio no detenga la erosión que me labra las venas. (Ahora lo sé). Tal vez la única certeza sea el azar. Tal vez la única certeza sea Dios. Tal vez sean lo mismo.
Salvatore Cajiao (Guayaquil, 1997). Cursa una licenciatura en Psicología. Autor del libro “Matamuertes” (El Conejo, 2019). Ha participado en distintos recitales a nivel nacional y en múltiples ocasiones ha presentado sus obras fusionándolas con música de su autoría, en colaboración con bandas locales. Algunas muestras de sus textos han sido publicadas en revistas digitales internacionales.