Técnica para llorar

AUDICIONES PARA LA OBRA ROMEO Y JULIETA DE WILLIAM SHAKESPEARE LUNES, MARTES Y MIÉRCOLES DE LA PRÓXIMA SEMANA A PARTIR DE LAS 12:00 P. M. EN EL TEATRO

Juan nunca se había interesado en el arte dramático ni en Shakespeare, pero sabía que Fernanda audicionaría para el papel de Julieta, así que él lo haría para Romeo. No quería perder la oportunidad de acercarse a ella, mucho menos de besarla.

Se prometió que no habría otro Romeo Montesco como él y se esforzó como no lo hizo antes con ninguna otra cosa. Durante la semana leyó la obra y vio dos adaptaciones cinematográficas. Ensayó frente al espejo, a veces hasta las dos o tres de la mañana, hasta que al fin se dejaba caer sobre la cama. La noche del viernes y del sábado no durmió. La del domingo lo intentó pero los nervios se lo prohibieron.

El lunes despertó a las cinco y cuarto para ducharse antes de ir a clases. También se aplicó gel para el cabello y tomó un poco de la loción de su hermano mayor que tanto le gustaba a su novia. En el camino declamó en voz baja el diálogo de la clásica escena del balcón. Se imaginó a Fernanda desde arriba respondiéndole con esa hermosa sonrisa que dejaba ver sus frenos y que le dibujaba dos hoyuelos en las mejillas.

Durante las clases no pudo concentrarse. Repetía en su mente una y otra vez el mismo diálogo. En la clase de historia, la profesora Martha le llamó la atención y en geografía el profesor Miguel lo sacó del salón. En el receso, Paco le preguntó qué pasaba. Nada, se limitó a contestar. No podía decírselo, ni a él, ni a sus otros amigos.

A las doce tenía clase de química. Ese día harían un experimento en el laboratorio. Explicar que iría a audicionar para la obra de la escuela justificaría su falta, pero eso sería como confesar su secreto, así que justo antes de entrar les dijo a sus amigos que había olvidado su bata en casa y que le pediría prestada a Ricardo del 3º C la suya. Ellos le dijeron que fuera de volada o no lo dejarían pasar, y no podía tener más problemas ese día. Juan asintió con la cabeza y corrió por el pasillo hasta llegar a la esquina y doblar a la derecha.

Llegó al teatro a las 12:10, había muchos más alumnos de los que pensaba. Comenzó a sentirse intranquilo, las manos le sudaban y el estómago se le había revuelto. Pensó que quizá no era buena idea y se dio media vuelta para correr de regreso al laboratorio, cuando chocó con Fernanda. Quiso disculparse, pero se paralizó ante sus ojos verdes. No te preocupes, le dijo ella, y se rió. Luego le preguntó si era la primera vez que audicionaba. Sí, contestó nervioso Juan, lo haré para el papel de Romeo. Qué bien, yo audicionaré para el de Julieta. ¡Suerte! le dijo y lo tomó suavemente del brazo antes de bajar y perderse entre todos los estudiantes, dejando un aroma a frambuesa en el aire.

Juan se quedó pasmado hasta que la profesora de teatro habló por el megáfono para iniciar las audiciones y rápidamente se sentó en la última butaca de la última fila. Desde allí buscó a Fernanda y luego de algunos minutos pudo encontrarla. Estaba sonriendo y aunque desde su asiento podía mirar sus hoyuelos, le bastó para sentirse más tranquilo.

Comenzó a decir el diálogo que repetía desde la mañana, cada vez con más actitud, metido en el personaje, pero se desconcentró cuando miró sobre el escenario a Fernanda. Actuaba la escena quinta del acto primero, en la parte donde Romeo besa a Julieta.

Todos en el teatro aplaudieron su actuación. La profesora le dijo que estuviera pendiente de la lista de resultados la próxima semana, pero nadie dudó que ella se quedaría con el papel, como en cada obra. Por eso Juan se preparó tanto.

El problema era que no pudo llorar. Logró representar muy bien la angustia y el dolor ante la aparente muerte de Julieta en cada ensayo, pero ninguna lágrima se le asomó por los ojos jamás. Lo intentó con ejercicios de meditación y relajación, evitando parpadear, incluso imaginando situaciones tristes, pero nada funcionó como él quería. Aún así impresionó a todos con su audición, especialmente a la profesora.

Esa semana tampoco pudo dormir bien. En clases siempre bostezaba y los profesores no paraban de regañarlo. Sus amigos se burlaban de él por su deseo repentino de actuar, aunque en el fondo lo entendían. Todos pensaban que Fernanda era la niña más bonita de la secundaria.

El lunes, por fin, en la puerta del teatro, estaba la lista con los estudiantes seleccionados para la obra. Ahí Juan encontró su nombre en el segundo lugar de la lista. Sus amigos lo felicitaron y él no pudo parar de sonreír durante todo el día.

La obra se presentaría en un mes y medio. Juan asistía a cada ensayo cada vez más entusiasmado y aunque se ponía muy nervioso con Fernanda, intentaba disimular. En su casa, después de hacer la tarea, se encerraba en su habitación y ensayaba toda la tarde y parte de la noche, hasta antes de acostarse. Cada vez veía más adaptaciones cinematográficas y hacía apuntes sobre la interpretación de cada actor, pero todavía no podía llorar.

Llegó el ensayo final, un día antes de la presentación. Todos estaban muy nerviosos, en especial Juan, así que se acercó a la profesora. Ella le dijo que no se preocupara tanto por el llanto, pero le sugirió que saliera a respirar un poco de aire y que intentara recordar algo que lo hubiera hecho sentir triste en el pasado. Juan le agradeció el consejo y salió al patio.

Caminó por toda la escuela en busca de un lugar solitario. Finalmente llegó a la parte trasera del taller de diseño gráfico y se sentó en el césped. Abrazó sus piernas flexionadas contra su pecho y trató de recordar. Pensó en Álvaro, el amigo que dejó de ver cuando se mudó hace dos años, y en Horchato, un perro que le regalaron cuando cumplió diez y que un día, al regresar de la escuela, no lo encontró más en casa.

Comenzó a sentir cómo se humedecían sus ojos, pero sabía que aún no estaba listo para llorar. Trataba de recordar otro momento cuando una risa conocida lo distrajo. Era Fernanda. Estaba tomada de las manos de Paco. Se reían y se besaban. Juan sintió un nudo en la garganta y las lágrimas por fin se desbordaron hasta rodar por sus mejillas.

Nayeli Vargas Felipe Radica en Ensenada, Baja California. Estudia la licenciatura en Lengua y literatura en el Instituto de Estudios Universitarios. Su poema, Humedal, fue publicado en la antología de poesía y relato breve Voz Migrante.

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Técnica para llorar comentarios en «2»

  1. Muy buen escrito, me gustó mucho, me hizo sentir el personaje, quiero llorar. Muchísimas felicidades, sigue adelante y que continúen los éxitos.

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