por Josselyn Martínez
Ella.
Conocí un chico. Más bien, lo observé a la distancia. Recuerdo a la perfección como iba vestido: el cabello apenas peinado con una gorra encima, unos pantalones de mezclilla azul fuerte, playera negra y encima una camisa a botones de color verde intenso. Se veía tan lindo, a pesar de parecer recién despierto, tenía aquellos ojos verdes que me enternecieron el alma y piel blanca impecable que hubiera dado cualquier cosa por tocar.
Presentí que causaría algo en mí desde que escuché sonar las pequeñas campanitas de aquella puerta y al verlo entrar, dejé de poner atención a lo que estaba diciendo. Lo observé discretamente caminar hacia la caja para pedir una bebida y una rebanada de pastel. Me fue imposible entender lo que ordenó, con sus palabras tan cerradas. Escuché decir su nombre dos veces. Una de ellas sonó como si estuviera nervioso, pero al final rió un poco; quisiera creer que por mí y no por la chica que le atendió amablemente. Durante diez segundos hubiera jurado que se quedaría, pero la melodía apenas sonaba y no volvió. Se fue para nunca más verlo, Daniel. Las campanas continuaron tintineando al cerrar la puerta.
Él.
Mi mañana de sábado comenzó de lo peor. Me levanté de la cama con un presentimiento, me cambié lo más rápido que pude y escondí el circo que tenía sobre mi cabeza bajo la gorra negra que nunca me fallaba. Conduje rápidamente hacia la cafetería para encontrar consuelo en una rebanada de pastel de zanahoria. Pensé en pedirla desde el auto-servicio para no perder tiempo en estacionar, pero tuve un impulso que me lanzó dentro del establecimiento. Fue cuando miré a una chica que era imposible no ver. Seguí caminando hacia la caja destellando chispas mientras sentía mi espalda quemarse.
Cuando la tuve a mis espaldas inferí que su cabello no era negro como lo pensé, sino un castaño absolutamente oscuro. Me pidieron mi nombre para ponerlo en la nota, pero lo tuve que repetir porque aquella chica no entendió la primera vez. Reí, pero solo un poco porque no entendía que pasaba conmigo, la chica ni notó mi presencia y yo me sentía como si estuviera en una cita.
Salí de ahí sin estar convencido de irme, pero pensé que era lo mejor al notar al otro extremo de la mesa había un chico sentado con ella. Lástima.
Ella.
Miraba fijamente la puerta deseando que Daniel, volviera para disfrutar unos segundos más su presencia en este lugar de desconocidos. Porque solo somos eso, desconocidos.
-¡Por un demonio, Charlotte! ¿No puedes ponerme tan solo un minuto de atención? -escuché decir a mi hermano.