“El incendio” cuento de Nayeli Vargas Felipe

Estaban sentados sobre la banqueta cuando la vieron llegar. Bajó del auto con una sonrisa y cuando los miró les saludó con la mano. Le regresaron el saludo y ella entró a su casa mientras su padre se quedó afuera hablando por celular.

—¡Qué bonita es! —exclamó Daniel.

Macarena volteó a ver a Lola, quien se levantó y propuso ir a la tienda por más paletas de hielo. Todos aceptaron. Ese verano el calor era infernal.

Maca le preguntó a Lola qué le parecía la nueva vecina mientras terminaban sus paletas sentadas esperando a sus amigos, quienes jugaban King of Fighters en la maquinita de la tienda.

—Nada. ¿Qué voy a pensar sobre ella si apenas la hemos saludado a lo lejos?
—Dani dijo que es bonita —comentó Maca.
—Lo sé, lo escuché —respondió Lola mientras acariciaba a Benito, el gato de Don Porfirio, el dueño de la tienda, que se le había subido a las piernas para lamer las gotas de la paleta de limón que se deshacía bajo el sol.
—¿Y eso no te hace sentir triste o enojada?
—Para nada.
—Pero si ustedes fueron novios.
—Y yo lo terminé al poco tiempo, ¿recuerdas? apenas tenemos doce años, no me interesa tener novio todavía.

Maca miraba pensativa a Lola sin estar segura de creerle, cuando se acercaron sus amigos a preguntarles si ellas no llevaban más feria. Ambas buscaron en las bolsas de sus shorts sin éxito, por lo que entre todos decidieron ir por el balón de Miguel y pasar la tarde jugando fútbol.

A la mañana siguiente, después de desayunar, Lola estaba por salir para encontrarse con sus amigos, cuando su madre la detuvo. Quería que la acompañara al tianguis. Pero eso lejos de molestarla la entusiasmó, y subió de prisa a su habitación por sus ahorros de los domingos que le daba su padre. En el tianguis siempre encontraba ropa a su gusto en buen estado.

Ese día no fue la excepción. Compró tres blusas, una sudadera y un short. También consiguió un discman que funcionaba perfectamente. Lo usaría por la noche, después de pasar toda la tarde jugando con sus amigos. Se sentía emocionada.

Al volver a su casa, Lola y su madre se detuvieron al ver cómo muchos de sus vecinos corrían de un lado a otro con cubetas de agua, mientras se escuchaba a lo lejos la sirena de un camión de bomberos.

—¡Ay, Dios! ¿Qué habrá pasado? —se preguntó su madre antes de comenzar a rezar.
—Mira, má, ahí está Maca. Deja ver si ella sabe algo.

Lola se acercó a su amiga, que veía nerviosa a los vecinos.

—Oye, ¿qué pasó?
—Pues que se incendió el terreno que está atrás de la casa de Doña Lupe y todos corrieron a apagar el fuego antes de que se expandiera.
—No manches, ¿y ella y su familia están bien?
—Sí, afortunadamente.
—Oye, ¿y los demás por qué no están aquí contigo?
—Porque los adultos les dijeron que fueran a ayudar. A mí no, que porque soy niña.

La madre de Lola llegó a su lado y después de que ambas le explicaran lo que sucedía, les pidió que la acompañaran a su casa. En el camino se encontraron con la nueva vecina. Lola sugirió invitarla, pensó que estaría asustada con el ajetreo.

—¿Quieres venir con nosotras? Vamos a acompañar a mi mamá a casa y después esperaremos a nuestros amigos en la tienda que está ahí en la esquina.
—Claro, solo voy a bañarme primero. Allá las veo. —contestó la vecina con una sonrisa, dejando ver los dientes perfectamente blancos que se le asomaban detrás de la ortodoncia.

Lola volteó extrañada a ver a Maca por la tranquilidad de la respuesta, pero al ver la indiferencia de su amiga no dijo nada y solo asintió con la cabeza.

En la tienda, mientras ambas esperaban a sus amigos, jugaban con Benito.

—¿No te parece extraño que la nueva vecina no estuviera nerviosa por todo lo que pasó? —preguntó Lola.
—¿A qué te refieres?
—A que ella se acaba de mudar a la colonia ayer, no tiene amigos aquí, ni siquiera conoce a nadie; y de pronto ocurre un incendio y están todos los vecinos corriendo de un lado a otro, gritando, asustados y ella está como si nada.

—Tal vez no quiso verse miedosa frente a nosotras.

Lola se quedó pensativa en silencio.

—Creo que le estás dando demasiadas vueltas —dijo Maca—. ¿O no será que la estás viendo de manera sospechosa porque estás celosa?
—¿Qué?
—Porque le gustó a Dani.

Lola estuvo a punto de decir algo, cuando la vecina llegó a la tienda.

—Hola. ¿Llevan mucho rato aquí?
—No demasiado —contestó Maca.
—Qué bien, traté de no demorarme. Por cierto, creo que no nos hemos presentado. Me llamo Victoria.
—Yo soy Maca y ella Lola —dijo Maca—. ¿Desde dónde te mudaste?
—Desde Sonora, y antes de ahí viví en Durango. Me mudo seguido por el trabajo de mi papá.

Benito se paseaba entre las piernas de Lola cuando Victoria lo vio y se agachó para acariciarlo, pero él le bufó mostrándole los dientes afilados. De pronto la expresión alegre del rostro de Victoria cambió. Se veía muy enojada. Furiosa. Casi parecía que odiaba al animal. Lola se asustó.

—Es un poco huraño. Tiene que acostumbrarse a alguien antes de dejarse tocar —dijo Maca mientras cargaba a Benito, ignorando el cambio de actitud en su nueva amiga.

Daniel, Miguel y Carlos llegaron hasta la tienda. Lucían cansados.

—¿Ya lograron apagar el fuego? —preguntó Maca.
—Sí, con la ayuda de los bomberos que llegaron al fin. —Contestó Carlos —dijeron que harán una investigación para saber cómo inició el incendio.
—¿Y cuál es su teoría hasta ahora? —quiso saber Victoria.

Los tres chicos junto con Lola voltearon a verla extrañados.

—Ella es Victoria. Se acaba de mudar ayer, ¿recuerdan? —mencionó Maca.
—Mucho gusto —contestaron Miguel y Carlos al unísono.
—Cómo olvidarlo —dijo Daniel.

Lola veía con desconfianza a Victoria, quien le sonreía coqueta a Daniel, pero no estaba segura sobre lo que le parecía sospechoso de ella. Quizá Maca tenía razón. Tal vez estaba celosa.

Durante los días siguientes los vecinos no hacían mas que hablar sobre la noticia que les había dado el capitán del cuerpo de bomberos: el incendio fue provocado. Alguien había colocado un periódico bajo un montón de hierba y luego le había prendido fuego. No había mas que esperar a que las altas temperaturas hicieran el resto del trabajo, explicó. Todos estaban preocupados. Organizaron juntas vecinales y establecieron horarios para que pequeños grupos vigilaran el vecindario. La policía iba con frecuencia en busca de pruebas en el terreno baldío y testigos que señalaran a un posible sospechoso. Lola, Maca, Daniel, Miguel y Carlos ya no podían quedarse afuera hasta las diez, como solían hacerlo. Ahora debían volver a casa a las siete, poco antes de que anocheciera.

—Qué mierda es todo esto. —Dijo Miguel mientras llegaba a la tienda, donde ya estaban los demás reunidos.
—Ya sé. En casa no hace más que hablar sobre quién pudo provocar el incendio. —Mencionó Carlos.
—¿Y qué es lo que dicen tus padres? ¿Ellos saben algo sobre la investigación? —inquirió Victoria.
—¿Por qué siempre preguntas al respecto? Como si tuvieras una urgencia por estar al tanto de lo que ha averiguado la policía —cuestionó Lola.
—Solo quiero saber porque soy nueva en el vecindario, ¿lo olvidas? No conozco a las personas que viven aquí ni sé qué tan seguro es. Estoy asustada —contestó Victoria con lágrimas contenidas—. Me voy a mi casa.
—No le hagas caso —dijo Daniel. —Quédate.
—Mejor nos vemos otro día —insistió Victoria mientras daba media vuelta para irse.

Todos voltearon a ver con reproche a Lola.

—¿Qué? ¿A ustedes no les parece rara la actitud que de pronto toma Victoria?
—¿No la oíste? ¡Tiene miedo! —dijo Daniel enojado.
—¡Pero si el día que ocurrió el incendio estaba como si nada!
—¡¿Por qué no aceptas de una vez que estás celosa?! —gritó Maca.

Todos se quedaron en silencio. Esta vez Lola fue quien se alejó mientras reprimía sus lágrimas.

Durante la noche Lola no pudo dormir. Daba vueltas en su cama mientras intentaba comprender la actitud de Victoria. No podía creer que realmente tuviera miedo. Era otra la razón por la que indagaba tanto sobre el incendio y ella averiguaría cuál era.

Al día siguiente, mientras regaba las plantas de su madre observó desde el zaguán a sus amigos. Estaban hablando cuando de pronto se dispersaron. Parecía que buscaban algo. Dejó la regadera a un lado de la maceta de petunias y salió disimuladamente a la banqueta.

—Oye, ¿has visto a Benito? lo estamos buscando —preguntó Carlos mientras se le acercaba.
—Cómo crees que Benito está perdido.
—Sí. Don Porfirio dice que salió de la tienda en cuanto la abrió a las siete, y que por más vago que sea, jamás se ha ido tan lejos como para no volver a esta hora.
—No te preocupes, seguro ahorita aparece. Yo también voy a buscarlo.
—Va, gracias, Lola.

Lola caminaba atenta en busca de Benito o de algún indicio que mostrara dónde pudo haber estado cuando miró a Victoria. Iba saliendo de su casa. Se escondió detrás de un árbol y esperó hasta ver cómo doblaba en la esquina. Observó con detenimiento la casa y se percató de que el auto de su padre no estaba, entonces pensó que era el momento oportuno para descubrir lo que ocultaba. Se aseguró de que no había ningún vecino que pudiera verla y corrió hasta la casa. Pensó en trepar por el portón, pero eso le costaría trabajo, así que decidió pasar entre las rejas. Creyó que era lo suficientemente delgada para hacerlo, pero la mitad de su cuerpo quedó atorada. Durante ese verano había comenzado a desarrollarse. Subió de peso y se le ensancharon las caderas. Maldijo y estuvo a punto de llorar cuando logró pasar. Comenzó a buscar entre las cosas del patio, pero solo encontró herramientas y botes de pintura, así que decidió intentar entrar al interior de la casa. Tuvo suerte de que la puerta no llevaba llave y se apresuró a ingresar.

La casa estaba muy pulcra, y en el aire se respiraba olor a lavanda. Además, todo estaba perfectamente ordenado, por lo que tuvo cuidado de no mover nada de su sitio para no despertar ninguna sospecha. Buscó en la sala, la cocina, el baño y en la habitación del padre. Finalmente dio con el cuarto de Victoria.

—Si tengo razón, aquí sí encontraré algo —susurró Lola.

Removió cuidadosamente las sábanas y almohadas de la cama, abrió el clóset y revisó entre los libros de una pequeña biblioteca que tenía sobre una repisa, pero no descubrió nada. Estaba por darse por vencida, cuando decidió abrir el único cajón del escritorio. Dentro había una libreta de color morado. Leyó la primera página: era su diario. Siguió leyendo un par de páginas más y se dio cuenta que no había nada sospechoso en él. Se sintió estúpida por sus ideas y creyó que Maca tenía razón después de todo. Comenzaba a pensar en cómo se disculparía con Victoria frente a los demás, cuando un recorte de periódico que salió de entre las hojas del diario cayó sobre sus pies. Recurrentes incendios cerca de fraccionamiento preocupa a vecinos se leía en el titular; Incendio provocado deja al menos dos muertos era otro título; pero entonces Lola encontró otro recorte que le causó más escalofríos de los que los dos anteriores le habían provocado: Vecinos de colonia Margarita Maza de Juárez preocupados por incendio provocado. Era una noticia sobre el incendio que había ocurrido en el vecindario. Entonces Lola lo supo: Victoria había causado el incendio a propósito. Igual que los otros que mencionaban los distintos recortes de periódicos. Hacía igual que los asesinos seriales, quienes guardaban recortes de noticias sobre sus crímenes. Por eso estaba al pendiente sobre la investigación de la policía. Por eso ese terrible día ella no estaba asustada.

Lola se emocionó por descubrirla, pero al mismo tiempo se alarmó. No podía quedarse otro momento dentro de esa casa, así que cerró el diario y lo dejó nuevamente dentro del cajón, se guardó en la bolsa del short los recortes de periódico y salió de la habitación, pero entonces oyó la puerta de la reja abrirse. Se dirigió rápidamente a la cocina, desde donde se asomó por la ventana: era Victoria. Su corazón latía con fuerza y las manos le sudaban excesivamente. Pensaba que no tenía escapatoria cuando la vio desde otra ventana pasar hacia el patio trasero.

Lola regresó sigilosamente al cuarto de Victoria y a través de la ventana que daba al patio la vio sacar algo de un costal: era Benito. Trataba de escapar de los brazos de Victoria. La arañaba, le bufaba e intentaba morderla, pero ella solo sonreía. El pobre animal estaba terriblemente asustado. Lola también lo estaba.

Nayeli Vargas Felipe vive en Ensenada, Baja California. Estudió la licenciatura en Lengua y literatura en el Instituto de Estudios Universitarios. Su poema, Humedal, fue publicado en la antología de poesía y relato breve Voz Migrante, y mi cuento El beso, en el sitio web Escritoras Universitarias.

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