“La culpa siempre es de los demás”, cuento de Víctor M. Campos

Si construyes un muro piensa en lo que queda fuera:

Italo Calvino

Por lo pronto, finjo: como todo el mundo. Y en este caso, finjo escribir. Tecleo sin rumbo y sin parar. Hago ostensible ese no hacerle caso; ese ¡qué no ves que estoy ocupado! Pero el Paletas no se cansa. Habla y ni quien lo escuche. O, bueno, yo oigo su monólogo interminable, pero no me engancho: es puro ruido, puro hablar por hablar.

Había una vez un hermano al que no había visto en años y que, un día, como el cáncer, simplemente apareció. Hola, necesito un paro, dijo luego de que le abrí la puerta. Simón, pásale. Simón: teníamos años sin saber de ti así que ya tocaba. Sí, sí. Deja cancelo todo lo demás y me siento a escuchar la misma canción. Siete años y la misma canción. 

Todos lo han sacado de su vida. Todos han levantado paredes para dejarlo afuera. Y yo aquí, haciendo como que escribo, también le digo que nel, que acá no, que mejor le busque. O, más bien, lo pienso. No se lo digo. O se lo digo, pero las palabras no surten efecto. 

El Paletas huele mal, pero eso qué. El Paletas viene huyendo de no sé qué problemas, y qué y qué. El Paletas es el Paletas y qué y qué y qué. Es la familia, olerá mal, ya casi no tendrá dientes y, en definitiva, le urge darse un pipazo, pero eso qué pinches qué. Es la familia así que, Paletas, pásale y ponte cómodo. Orita vemos qué onda. Ajá. Tú tranquilo. Orita vemos cómo resolver tu problemita.

Dice que esta vez no fue su culpa. Que él pagó pero que aquellos vatos se lo quisieron chingar; que querían rentearlo. No, pues qué pasó, dice, y, sonriendo, muestra el último diente que le queda: una cosa más negra que amarilla flotando en las aguas de la orfandad. 

¿No que vendías paletas? Ah, cambiaste de giro. Ah, deja más el crico. Ah, sí, sí, agarro la onda. ¿Y no será que te lo fumaste en vez de mercarlo? ¿No? Ah, perdón. Sorry. Sí, soy un malpensado. Simón: se me olvida que tú eres ley. Simón, esos vatos. Agüevo: la culpa siempre es de los demás.

No, no es sarcasmo. No, si ya sé que a ti no se te puede decir nada: que como nadie te quiso, te ganaste el derecho de hacer lo que quieras. Que como nunca te hemos dado nada, entonces, todo lo que hay aquí es tuyo. Sí, eso nos pasa por no quererte. Simón: nos lo merecemos. No, ya te dije que no es sarcasmo. 

Tú date, carnal. 

Mi padre dice: no lo quiero en mi casa. Mi madre: ya estoy cansada. Mi hermana: si lo siguen solapando no va a cambiar. Palabras. Palabras y más palabras. Un ábrete, Sésamo, pero al revés: ciérrate y levanta una pared y haz una fosa alrededor para ver si así nuestros problemas se quedan afuera. 

Mientras tanto, el Paletas mejor se viene a mi casa. Y le abro. Y pasa. Y se sienta. Y habla. Palabras salen de esa boca fétida y prematuramente vieja. Palabras escupidas por esa boca que apenas ha variado sus mentiras. Me enfurecen las palabras que nacen de esa boca; me enfurecen mis palabras y las tuyas y las de ellos. 

Claro, Paletas, ora sí vas a cambiar. De hecho, todo va a cambiar. Simón, ¿por qué no? ¿Qué dijiste, Paletas? Sí, sí, agüevo. ¡Cómo pinches no! Tú date, carnal. Tú date. Orita vemos qué onda.

-Victor M. Campos se formó en el Taller Levreriano de Escritura Creativa, dirigido por Carmen Simón. Es licenciado en Docencia del Arte. Además, cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro y por distintas revistas y plataformas como Hysteria, Temporales, Katabasis,  Monolito, Bitácora de Vuelos, Acuarela Humanística, Anuket, Interliteraria, Ipstori, etc.

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