Me recuerdo alejándome de la escena, tapándole el rostro a Amanda, que sollozaba por la imagen que quedaba a nuestras espaldas.
Recuerdo lo que hablaban en el Barrio, el apodo que se erguía sobre él, “el mataperros”.
Un niño de nueve años, con una mirada celeste de ternura y arrogancia, no conozco su nombre, sólo su leyenda y su pasado.
Era un niño de familia pobre, con su cabello rubio largo y su piel blanca, sus remeras de dibujos animados manchadas siempre con gotas de sangre.
En el barrio donde los perros aprendieron a huir, el niño buscaba un divertimento, un placer recreativo y Amanda…
Amanda que cocina mientras escribo y rememoro su llanto al llegar a casa. Fue hace tan poco, tan solo unas semanas.
Amanda no ha podido volver desde ese día a la Plaza, nadie que quisiera mantener la cordura podría volver a la Plaza.
Esa mañana, habíamos preparado la rutina matutina, ir al supermercado, comprar los productos para toda la semana, mirar una película sentados en el sillón y quizás, hacer el amor mientras escuchábamos los diálogos de una película de James Bond.
Nada de eso sucedió, no cumplimos la rutina.
Al salir del supermercado, cargando las bolsas, frente a la plaza de Rosas, “el mataperros” tomaba de la mano a una niña, hija de un pastor evangelista, la llevaba hasta la fuente vacía. Con Amanda mirábamos con inocencia. Sabíamos, porque lo habíamos visto, que el pastor y su esposa estaban comprando en el supermercado, incluso los saludamos.
La niña seguía los pasos del niño, tomados de la mano.
Llegaron hasta la fuente y el niño le pidió con una seña a la niña que se sentase en la fuente. Hablaron y “el mataperros” se sentó a su lado.
Amanda me dijo que éramos una sociedad prejuiciosa, aunque el pastor jamás aceptaría que su hija se juntara con un niño con tan mala fama.
Los niños conversaban libremente de sus vidas o sus juegos favoritos.
El mataperros se puso de pie frente a la niña, saco de su bolsillo un objeto, hasta ese entonces, simplemente un objeto y se lo entregó.
La niña lo agarró, mirándolo con serenidad.
Algunos testigos escucharon la conversación, pero de ello sólo se saben fragmentos que tranquilamente pudieron inventarse para dramatizar lo acontecido. “Era mi mejor amigo”, dicen que le dijo la niña, “Eres mi mejor amiga”, dicen otros, siempre el mismo criterio, pero con la variante dramática.
La niña con el objeto en una mano vio como “el mataperros” agachó la cabeza.
Amanda me pide que por favor no lo escriba, que esto no debería mencionarse, “piensa en los padres” me dice, “piensa en los demás niños” repite, pero la imagen debe ser borrada y para eso necesito escribirla.
Amanda sigue cocinando, me balbucea dolor pasado y la entiendo.
“El mataperros” se puso de rodillas y pregonó un rezo que se observaba a la distancia.
La niña levantó el objeto sobre la cabeza del niño y con una fuerza letal, clavó en el cuello del “mataperros” el cuchillo.
La niña se quedó esperando a que desangrara.
Con Amanda nos abrazamos y cerramos los ojos, creyendo que estábamos de espectadores de una pesadilla infantil.
Volvimos a mirar y la niña se había esfumado de la Plaza.
Escapamos con Amanda de la escena, escapamos con la cobardía de saber que al “mataperros” lo habían matado como a un perro, que su destino trágico estaba marcado.
La policía tardó en llegar, y los informes basados en los testigos decían desde el imaginario que la niña cobraba venganza de los perros muertos que su verdugo coleccionaba en tendales desordenados. Como una justiciera sanguinaria que extraña a su mascota, ponía fin al asesino.
Amanda pone los platos en la mesa.
Le miento que no escribo sobre el “Mataperros”.
Le miento también que la amo.
Ella asiente con la mirada llorosa.
Me acaricia.
Va hasta la cocina.
Regresa a la mesa con la bandeja de carne.
Yo le devuelvo la caricia despacio.
Nos besamos fríamente, derrumbándonos en un horrible llanto.
–Maximiliano Guzmán (1991), nació en Recreo, Argentina.
Estudió Cine y televisión en laUniversidad Nacional de Córdoba – Argentina. Ha publicado cuentos en las revistas argentinas: Espacio Menesunda, Revista Gualicho, Diario Hoy Día, El Rompehielos, La tuerca andante, El Ganso Negro, Los Asesinos Tímidos, también en Chile: Revista Kuma, Chile de Terror, en México: Revista Delatripa y en Perú: Letras y Demonios. Participó en la Antología Internacional Sucio de Letras de La tuerca andante.
Excelente, me encantó, no me esperaba el desenlace