“Roger Waters, Pierre Menard y otras complicidades: algo acerca de The Dark Side of The Moon Redux”, ensayo de Raúl Linares

Jorge Luis Borges tiene un cuento extraño y efectivo (de hecho, tiene gran cantidad cuentos extraños y efectivos) llamado “Pierre Menard, autor del Quijote”. Como muchos de los relatos borgeanos, se trata de un cuento/crónica/ensayo en el que se nos presenta la historia de un hombre que escribe, letra por letra y de forma original, ciertos capítulos del Quijote de Cervantes, sin transcripción y sin uso de la memoria, por pura conjunción de ideas. Más allá del carácter fortuito de esta apuesta, la reflexión de Borges representa la parte sustancial del relato: Menard no imita a Cervantes, en tanto que su escritura es resultado de un tiempo y circunstancias radicalmente distintas a las condiciones de vida de aquel escritor.  “Mi propósito es meramente asombroso”, afirma Menard. Se trata de reinventar el Quijote, ciertos fragmentos del mismo, a la luz de otro siglo, de otras intenciones escriturales, y para otras expectativas de lectura. Al final el cuento (o lo que sea) es una reflexión profunda acerca del valor de la autoría, del peso de la recepción, y de la complejidad de sus linderos.

Sirva esta introducción para hablar de un caso distinto, distante y, sin embargo, implícitamente cercano. Roger Waters recién acaba de publicar, después de una espera largamente anunciada (y controvertida, como casi todo lo que él hace o dice), su propia versión de The Dark Side of The Moon (1973), álbum emblemático y definitorio de Pink Floyd, banda de rock (¿psicodélico, progresivo, ambiental?) de la que Waters ha sido fundador, bajista, compositor, creativo, detractor y relapso durante los últimos casi sesenta años. El lanzamiento coincide con el aniversario cincuenta de publicación del álbum, y se presenta como una versión alterna del mismo, concebida en un tiempo y circunstancias radicalmente distintos a su publicación original, y dirigido a un público también diferente en todos los sentidos, con otras prácticas, experiencias y expectativas, y además con la conciencia (explícita o no) del peso histórico de Pink Floyd, Roger Waters, o del propio álbum en el ecosistema de la música popular de los siglos XX y XXI. Es en ese sentido que la apuesta de Waters recuerda aquel relato borgeano: ¿hasta qué medida se repite una experiencia creativa si se ubica en un lugar, tiempo y circunstancias distintos a los de su génesis original?; ¿cuál es el peso de la autoría respecto a la circunstancia, de la originalidad respecto a la variación creativa?; ¿cuál es el sentido de reinventar, reconstruir, reimaginar una obra terminada, consolidada, reconocida, incluso mitificada por el campo, la crítica y el público?

No es la primera vez (y no será la última) que suceda este tipo de tentativa. Lo hizo Brian Wilson, compositor, arreglista y alma de The Beach Boys, al lanzar en 2004 el álbum Smile, versión personal (¿de autor?) del inconcluso, homónimo álbum de la banda, que publicó finalmente en 1967 bajo el título Smiley Smile, especie de versión alternativa al álbum original concebido por Wilson. En su versión de 2004, Wilson culmina su proyecto inicial luego de más de 30 años, grabándolo con su grupo de aquel momento e incluyendo nuevas pistas, cambios en la estructura y variaciones importantes en armonías vocales e instrumentación. Es el caso también de Let it be… naked, álbum de 2003, apuesta de reingeniería y remasterización creativa del disco (casi) homónimo de The Beatles promovida por Paul McCartney. En este caso no se trata de una nueva grabación del álbum original, pero sí de una versión alternativa, sustancialmente modificada, desechando las grandes secciones orquestales y los coros femeninos propuestos por Phil Spector, eliminando algunas pistas y remasterizando tomas alternas a las utilizadas en el álbum original.

En el caso de The Dark Side of the Moon Redux, ya teníamos antecedente de las intenciones interpretativas y de ejecución de Waters. Durante el confinamiento que vivimos a nivel mundial en 2020 y 2021, el compositor y arreglista cayó en la tentación, igual que tantos creativos, de grabar versiones a distancia de piezas diversas de su repertorio. El ejercicio resultó agradecible, en la medida que permitió un acercamiento a la experiencia del ensayo, del jam casero (o a distancia relativa y virtual) entre músicos de estudio alrededor de la figura mítica de Waters. Como resultado de este ejercicio aparece en 2021 The Lockdown Sessions, álbum recopilatorio de aquellos ejercicios, con una propuesta hogareña, remotamente acústica y parcialmente analógica, que cristaliza en un álbum sencillo, cálido e intimista. El logro es significativo, especialmente en un tiempo en el que todas y todos, de alguna forma, tratábamos de escapar de la locura del encierro sin fin. Fue a partir de aquel ejercicio que el músico decide llevar más allá esta experiencia, trasladándola al más emblemático (y visualmente sobreexplotado) de los álbumes de Pink Floyd. El propio Waters expone sus razones para emprender esta apuesta arriesgada:

“When we recorded the stripped down songs for the Lockdown Sessions, the 50th anniversary of the release of The Dark Side Of The Moon was looming on the horizon. In occurred to me that The Dark Side Of The Moon could well be a suitable candidate for a similar re-working, partly as a tribute to the original work, but also to re-adress the political and emotional message of the whole album…”

“Cuando grabamos las versiones despojadas de las canciones para las Sesiones de Cuarentena, el 50 aniversario del lanzamiento de The Dark Side Of The Moon estaba próximo. Se me ocurrió que The Dark Side Of The Moon bien podría ser un candidato adecuado para una reedición similar, en parte como un tributo al trabajo original, pero también para volver a abordar el mensaje político y emocional de todo el álbum…”

rogerwaters.com

Así pues, primero que nada, es un homenaje: al álbum, a la banda y a sus integrantes, cuando menos a esos integrantes que fueron en 1973. Pero también es un ejercicio de revisión actual de aquel discurso, de reapropiación y declaración de autoría de un hombre de 80 años que dijo algo hace medio siglo y hoy tiene otras formas para decirlo.

El álbum es todo Roger Waters, transversalmente y en todos los sentidos. “Es la memoria de un hombre viejo”, son las primeras palabras que escuchamos en el disco (uno insiste en llamarlos discos), y a partir de ahí comienza la magia, una magia extraña que apuesta sobre todo a la sutileza de lo acústico. En este sentido, un acierto: Waters no pretende sustituir a Gilmour, Mason y Wright; sabe que esa es una batalla que no puede ganar. Su apuesta busca apersonarlo, incorporarlo (con todo lo que de cuerpo tiene esa palabra) desde el principio: su voz herrumbrosa, más cercana al susurro que a su habitual nasalidad; sus palabras que son siempre declaraciones políticas; sus apuestas experimentales alrededor del sampling no como inserto sino como mantra; la incorporación de una nueva narrativa que cohesiona y se convierte en hilo conductor de la experiencia sonora, estética, mística y política.  

Merece una mención especial la incorporación de una sección de cuerdas en la que es fundamental el aporte del cello, bellamente utilizado para dialogar con la voz, por ejemplo, insinuando en “Money” el Bourrée en Mi menor de J.S.Bach (discreto homenaje a Jethro Tull), y convirtiéndose en responsable de muchos de los paisajes sonoros más significativos, que recuerdan una y otra vez el carácter contemplativo, ambiental de buena parte del álbum, del compositor y su historia. Este mismo papel juega el uso del mellotron, convertido ya en estilema del álbum, de su tiempo y circunstancias, que se encarga de recordar a los oyentes de 2023, anticipados y remisos, el carácter histórico, memorístico del concepto.

¿Sinembargos? Claro. A fuerza de buscar la consistencia en ambientes de contemplación, largos y recurrentes recitativos, el modo-susurro de proponer la vocalización, la mezcla compleja de coros, cuerdas, efectos e instrumentos, el álbum puede parecer denso, incluso monótono, especialmente para quien busque estímulos intensos, espectáculo o velocidad. En todo caso, esto nos lleva directamente al problema de decidir qué es lo que entendemos o esperamos de la escucha, de la experiencia estética, de la música en lo general o de este álbum en lo particular.

¿Es mejor la versión de Waters a la original de Pink Floyd? Por supuesto que no. No podría serlo, pero tampoco lo pretende. ¿Habría que escucharlo? Creo que sí, sin afanes comparativos y con la mente (y el oído) abiertos a descubrir los guiños, las sutilezas, el ludismo y la complicidad a la que invita a quienes tengan la disposición para aceptar la apuesta. Se trata de un álbum pensado desde la añoranza, y dirigido hacia ese mismo sitio. Es el suspiro nostálgico de un hombre de 80 años con un talento profundo que se niega a guardar silencio, cerrar los ojos y descansar.

Waters, R. (2023). The Dark Side of The Moon Redux [Album]. Cooking Vinyl.

Raúl Fernando Linares. (Mexicali, B.C., 1973). Poeta. Ha publicado los libros Atanor, tres de la tarde; Zoofismas; Afiles; Minotaura que germine o Topos en bisel, entre otros. Ha sido becario del Programa de Estímulos a la Creación y al Desarrollo Artístico de Baja California, y cuenta con diversos reconocimientos nacionales e internacionales a su labor poética. Es profesor de tiempo completo de la Facultad de Artes y Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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