Tomás está al borde de una caída de treinta metros. Atrás de él, Jazmín le suplica que no avance más. Debajo hay una multitud de curiosos tomando videos y apuntándole con el dedo. Algunos gritan que no lo haga y otros dicen que salte. El sonido de las sirenas se acerca más.
Abre los brazos y levanta la pierna derecha, hace un embudo con sus manos y apunta hacia abajo con ellas. Dobla ligeramente las articulaciones y se concentra en sostener su posición. Cierra los ojos y deja que el aire entre lentamente para luego expulsarlo con suavidad. Debe encontrarlas de nuevo, invitarlas a un nuevo hogar.
Apenas hace veinticuatro horas, Tomás intentaba terminar en la oficina unos trámites que Lucián, el nuevo jefe, le había encargado. Se rumoraba que la ola de despidos aún no había finalizado, así que más valía ponerse a la orden. Durmió apenas tres horas y se presentó antes que nadie. Para no quedar como un flojo le dijo a Lucián que el trabajo estaría esa misma jornada, aunque realmente era labor de dos o tres personas.
Llevaba algo menos de la mitad y posiblemente terminaría a las diez de la noche. Pero de que acabaría, pues acabaría. Con Jazmín desempleada y en el cuarto mes de embarazo, no podía permitirse el menor motivo para ser despedido.
Se detuvo momentáneamente para mirar a través del ventanal. Desde el piso veinte la ciudad se extendía hasta cubrir el horizonte. No se alcanzaba a ver bien a lo lejos debido a la contaminación, aún así era grandiosa la vista. Bajó la mirada y divisó el nido con el huevo sobreviviente de tres que puso la pareja de aves que llegaron desde el inicio de la primavera.
A lo largo de semanas, fue testigo de cómo fueron trayendo hojas, ramas, tela y basura que colocaban cuidadosamente en el borde de la ventana del viejo edificio. No había logrado identificar la especie, pero dado el largo cuello que terminaba en una cabeza bicolor, el trazo rojo bajo el pico, las plumas grises, extensas alas y cierta corona de plumas, decidió que eran grullas. O al menos eran muy parecidas a las que su padre, ornitólogo aficionado, señalaba cada vez que iban a zonas pantanosas a observar aves.
Los viajes se desvanecieron cuando su padre decidió irse a vivir a otra provincia y dejar atrás a su esposa e hijo. No sin dificultades logró terminar la carrera de contaduría en una universidad pública. Luego fue encerrado en un cubículo de una torre donde las aves eran una memoria perdida entre los cristales y el gris cemento.
Por eso, cuando las grullas llegaron, se animó y retornó algo de su alegría infantil. Cuando descubrió que la hembra había puesto tres huevos se emocionó. El macho, al que llamó Adán, iba y venía para cuidarla y traerle comida. Luego llegó el momento en que se turnaba con Eva, la hembra. Apreció cómo ambos se encargaban de voltear los huevos tres veces al día.
Semanas después, cuando empezaron los recortes, descubrió con tristeza que sólo le prestaban atención a dos de ellos. Poco después sólo era uno el que cuidaban: la última esperanza y nada más.
—¡Tomás! ¿Qué te pasa? Tengo rato llamándote —sonó la voz de Lucián, quien apareció de súbito—. ¿Qué te tiene distraído?
El jefe calló por unos segundos y tomó el teléfono para llamar a mantenimiento. Les dijo que había un asqueroso nido en la ventana del piso veinte.
—Arreglado esto, por favor preséntate en recursos humanos —cerró Lucián antes de retirarse hablando en voz baja sobre plagas.
Cuando Lucián regresó por sus cosas estrujó la renuncia voluntaria que le hicieron firmar. Afuera, las grullas aleteaban y picoteaban a un trabajador que intentaba quitar el nido con una escoba. Tomás esperó al fatal desenlace y luego se fue a su hogar.
Intentó aparentar normalidad ante Jazmín y temprano se acostó a su lado sin poder dormir. Antes del amanecer, quiso subir al techo para mirar al cielo y buscar a las grullas.
Rato después el griterío despertó a Jazmín, quien, tras el aviso de un vecino, subió al techo y ahora le ruega a su pareja que se detenga y regrese.
Tomás la escucha. Sigue con los ojos cerrados y es cuando oye el graznido. Él responde buscando convencer a las aves desalojadas que aquí tendrán refugio y un hogar. Empieza a aletear y vuela a su encuentro para darles la bienvenida.
-Eduardo Omar Honey Escandón.
(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90s en talleres literarios bajo la guía de diversos escritores. Publica constantemente en plaquettes, revistas físicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar (Teresa Magazine 2020, Nyctelios 6ª. Ed.), segundo lugar (bokker Awards 2021 o finalistas (XVIII Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2020, 1er. Concurso de Cuento Breve Plétora Editorial 2020, Mención de Honor del Jurado, Quequén 2020, Supraversum 2021, Novum 2021, VIII Concurso Internacional de Microrrelatos “Jorge Juan” 2021, Madrid Sky 2021, II Concurso Literario “Relatos legendarios” 2021). Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.
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