Siento cómo la falta de aire hace que salte de la cama, sudando frío. Una presión en la nuca. Trato de procesar la pesadilla que tuve. Miro en mi reloj Alexa que apenas son las 4:30 a. m.; la noche todavía gobierna, las luces de los faroles se asoman entre las cortinas. Empiezo a sentir calor. Un ambiente seco se coloca en la habitación. Abro las ventanas para dejar correr el aire fresco de la madrugada.
No puedo permitirme el insomnio, puesto que en un rato tengo que ir a la escuela. Acostado en la cama, veo la valle a través de la ventana. Me concentro en el nuevo complejo de apartamentos que construyeron frente de mi casa, de un color blanco con detalles en gris. Dan un aspecto de fraccionamiento perfecto, pero solo hay uno que me llama la atención. Está separado de los demás, de dos pisos, en el que la parte de abajo solo es la cochera, se ve que hay movimiento porque tienen las luces encendidas.
“¿Quién estará despierto a esta hora? O puede que también se levantaran por una pesadilla igual que yo”. Mis párpados pesan como plomo ya no me dejan ver más y caigo en un sueño profundo.
Al día siguiente, de camino a la universidad, mi cuerpo no deja de sentir esa inquietud de mi sueño. Solo pequeños fragmentos vienen a mí: estaba en una habitación que no tenía salida, me sentía sucio y mi corazón estaba a mil por hora. Una pesadilla recurrente de la que no sé el origen.
Me siento cansado pero lo bueno que hoy es el último día de escuela antes de vacaciones de semana santa. Solo escucho a mis compañeros hablar sobre sus viajes a la playa, planificando su travesía de excesos. Recibo invitaciones, pero solo quiero tiempo para mí, descansar de todo este bullicio, quiero adjudicar los malos sueños al estrés escolar.
Después de seis horas eternas en el salón, comienzo mi recorrido habitual a mi casa. Lo bueno que me queda cerca para no sufrir tanto con el calor infernal que ya se apoderó de la ciudad. En el trayecto paso por enfrente de los nuevos departamentos, los miro, apreciando lo lujosos de ellos. Tienen un hermoso cerco color negro. Sus pequeños círculos me dejan dar un vistazo a ese apartamento: el número siete. Siento un escalofrío pasar por mi espalda hasta la nuca, como si me quisieran decir algo al oído que no alcanzo a descifrar, siento una vibra extraña.
Ya en casa, dejando mis cosas en el piso, lo primero que necesito es recostarme. La cama me abraza para que poco a poco empiece a sentir cómo mi cuerpo se queda dormido.
Estoy de nuevo en esta habitación toda desordenada: ropa en todas partes, envolturas de comida rápida tiradas por doquier, pareciera la casa de un vagabundo. Una sensación de suciedad se adhiere a mi cuerpo, busco una salida pero todo está cerrado, veo un espejo y estoy irreconocible. Mi cabello se siente aceitoso y enredado, las uñas llenas de mugre, la boca se siente espesa, puedo ver que mis dientes están amarillos con sarro, como si tuviera meses sin lavarlos.
Un olor a sudor de varios días emite mi cuerpo, estoy consciente que es un sueño pero entro en desesperación al no poder despertar, llegó a un punto que ya no sé qué hacer para levantarme. En busca de una salida, me tropiezo con un cuaderno y hago que las hojas se salgan. Trato de recogerlas, pero al mismo tiempo pienso que no tiene sentido que lo haga si este lugar es propio para cerdos. Una de las hojas que estoy levantando me llamo la atención por qué estaba escrito en tinta morada:
“Malquerido:
Han estado a lado mío, pero no miran como yo me desangro. Desde chiquito me rompieron y a nadie le importó. Solo me reclaman por la manera en la que yo reacciono a las ofensas que me hacen. Que me duele el pecho de tanto sufrir por esta falta de amor que me han dado. El jardín de mi alma fue infringido. Dejaron huellas de dolor que no permite que de frutos, sólo están dejando que se marchite.
Un abrazo con sentimiento es lo único que he pedido. Bajo la mirada para no llorar por el amor condicionado que me hacen creer que merezco. Prohibido queda mi amor, ofensa para los demás mi querer. Soy ese que lo dejan por alguien más. Viviendo en sueños en donde mi cariño sí vale la pena. Olvidado queda mi corazón, malqueridos mis besos, malqueridos mis abrazos, malquerido esta mi ser. Tómame por favor, quiero sentir que me están usando.”
Un sentimiento extraño invade mi cuerpo. Como si fuera algo familiar pero no supe exactamente qué era. Una falta de aire quería quitarme la poca ropa que tengo. Dejé las hojas, caminé a la ventana para ver si podía abrirla, al levantar la persiana puedo ver mi casa enfrente, exactamente la ventana de mi cuarto.
Salto de la cama. Estoy harto de tener estás pesadillas que llegan afectarme físicamente. Voy a la cocina por un poco de agua. Noto en mi celular que son las 3:35 a. m., no puedo creer que durmiera todo el día. Ahora sin conciliar el sueño, pierdo el tiempo en TikTok. Poco a poco el sol penetra en el cuarto.
—Me cansé de estar aquí—. Pensé
—Creo que es mejor salir y tomar aire fresco, deseando que eso me ayude a quitarme esta fatiga del pecho.
Tomo un libro, una silla plegable y me coloco en la fachada de mi casa. Leo un poco pero no me concentro, me siento observado, no puedo evitar ver el departamento. Comencé a marearme, pero no podía dejar de ver con detalle. Cuando de pronto, la persiana se movió como si alguien se hubiera dado cuenta que lo miré. Sentí escalofríos, no estoy loco, alguien realmente me observa.
En modo “valentía”, camino hasta el complejo de apartamentos. Me aproximo al cerco para mirar si alguien está ahí. Sin darme cuenta, una chica se acerca, viene corriendo con vestimenta deportiva.
—¡Hola! El otro día miré que se te cayeron tus llaves y no te alcance para dártelos—. dice la chica y me entrega un juego de llaves.
—Disculpa, no son mías.
—Claro que sí, tiene un llavero con tu foto. Una disculpa, ya voy tarde a un compromiso. Nos
vemos luego.
Se va corriendo y no alcanzo a explicarle que vivo enfrente.
Sentí escalofríos al confirmar que había una foto mía con alguien que no conozco. Vienen dos llaves y una de ellas tiene grabado el número siete. Pasmado, aturdido, un vértigo, todo vino al mismo tiempo. Miedo y curiosidad se adueñan de mí.
Me acerco la puerta y, sin dudarlo, meto la llave que no tiene el grabado. La giro y se abre la puerta. Decido entrar sin encontrar lógica a lo que está pasando. Creo que es un error de la realidad. El ambiente, sin previo aviso, se siente denso.
El vértigo no deja que de pasos firmes. Es obvio que estas llaves son del apartamento siete. Como puedo, subo las escaleras y me dirijo a la puerta del departamento. Posibles escenarios comienzan a entrar en mi cabeza: un intento de secuestro, una entidad demoníaca esperándome… Ya no sé qué creer. Introduzco la llave, con miedo la giro y escucho el clic.
Con el poco coraje que hay en mi cuerpo, abro la puerta de golpe. Un hedor provoca que tape mi nariz. Lo primero que miro es una persona tirada en medio de la sala. Parece que estuviera muerta: la ropa sucia, el cabello enmarañado, su piel amarilla, sus venas parecen tiras de luces LED de una combinación de verde y azul. Tiene un cinturón apretando arriba de su antebrazo y una jeringa incrustada.
No sé qué hacer, si llamar a la ambulancia o salir a pedir auxilio. Me acerco un poco para ver si respira, pero al ver su cara, mi cuerpo no puede sostenerse. Pierdo toda fuerza y caigo al suelo. Soy yo, la persona que está enfrente de mi soy yo. Siento como si todo diera vueltas, gateo lento hacia el cuerpo o más bien, mi cuerpo. Mis ojos están en blanco, será esta la forma mas burda de ver mi muerte, en desesperación tomo mis hombros y los agito bruscamente.
—¡Despiértate! Por favor, levántate, no quiero morirme todavía.
Mi otro yo, emite un grito ahogado y de pronto todo el cuarto se envuelve en una luz blanca tan fuerte que ya no miro nada.
Me duele la cabeza, siento una presión en el pecho, siento ganas de llorar. No sé realmente dónde me encuentro. Mi vista está nublada. Escucho voces a lo lejos, no alcanzo a distinguir lo que me dicen.
—¡No quiero morir!—. Comienzo a sollozar, la vista se aclara y veo a paramédicos alrededor, estoy en una ambulancia— ¡Por favor no me dejen morir!
—Presión arterial de 90 sobre 60. ¡Necesito que manejen lo más rápido posible!
Siento como varias personas revisan mi cuerpo.
—Tiene las pupilas dilatas, está en sobredosis. Ocupo una dosis de 0.4 mg de naloxona.
Siento una vibración en todo mi cuerpo, como si mi alma se desprendiera de él. En ese momento, todo viene a mi cabeza, ¡estoy jodido! Mi vida se encontraba rota, ahora todo tiene sentido, estaba escapando de mi realidad a tal punto que creí que esto era vida y ahora siento que trasciendo más allá del tiempo y del espacio. Dejo de sentir cualquier tipo de sensación, tengo miedo, pero algo me dice que me deje llevar por la acogedora conexión con el universo, ahora aquí todo es sereno y tranquilo.
–Leonardo Alcaraz (Mexicali, 1998) Estudiante de la licenciatura Artes cinematográficas y producción audiovisual en la Universidad Autónoma de Baja California, un barista aficionado a la escritura desde la secundaria siempre busca la manera de expresar su arte, en la prosa, en el maquillaje y ahora en escribir cuentos con la idea de algún día escribir guiones y publicar libros para ser reconocido como una Drag Queen escritora.