Cadenas de fuego
En manos de arena, caricias agrietan la piel, en besos forzados duelen los labios apagando deseos el hechizo se rompe, las ganas expiran en las garras de la noche y las manos de la almohada. La monotonía asfixia, entre sábanas gastadas caricias cortadas con buril de celos y necedades que de tanto indigestan, cansan y apestan. Fúnebres cenizas, rescoldo de fuego cruzado, besos suicidas con el tiro de gracia en la sien de la madrugada deseaban atrapar candentes miradas aunque ya no tuvieran pestañas ni párpados. Deslaves de palabras soeces soterraron la respiración de la convivencia y minutos de hielo quemaron la espina dorsal del tiempo vivido, entre siluetas ajadas, claroscuros de hiel, entre carrizos torneados por la costumbre y lo que ayer era miel, hoy sabe amargo sobre la piel. Cadenas de fuego, atan dos almas hechas de barro que hoy se descosen la ropa, se muerden los labios, se majan los dedos, desnudando sus pasos ya sin uñas ni piel. Sobre el alfaque del edredón la barca se hunde en la sal del mismo mar, misma cama, la misma oscuridad, la misma soledad. Los poros revientan los ojos del alma sin luz se quedan, palabras hieren, heridas sangran por las alcantarillas de la piel cuando el Eros del amor se cansa y ya no es correspondido.
Entre rama y rama
Algunos cuervos cavan en la mar mientras el insomnio enreda sus quimeras entre el filo de la lluvia. El insomnio es ave de rapiña formado de palabras que, a veces rasgan la textura de silencio cuando se transforma en utopía. Algunas sombras dejan su fatiga húmeda de sereno entre las grietas de los diluvios que duermen en cementerios hambrientos de carne y huesos putrefactos. Entre rama y rama se desnuda la noche deshojando verbos inconclusos y bebiéndose de un solo trago los párpados abiertos que sangran por los agujeros del dolor y mis silencios que quisieran tocarte hasta el amanecer antes que olvide que la vida es un camino que si encuentra el final.
Si pudiera
Si pudiera recogería la primavera de tu vida, en el amanecer de mi otoño, desataría las correas de mis pies descalzos, y las anudaría a la desnudez de tus silencios. Volvería a recoger mis gemidos desbordados en la rivera de la tarde, y la cuenca de tu respiración, hasta que se evaporara cada beso de fuego, porque sé que mi fuego no te quema, ni el agua de tu mar, me apaga. Si pudiera forcejearía una y otra vez con el viento, aferrándome a tus manos que entre tus dedos sostuvieron mis más íntimos delirios seguiría con el alma encendida esperando calmases mi agonía hasta encontrar sobre tu piel, mi piel sin vestiduras. Si pudiera repetiría cada segundo, porque aún tengo sed de ti.
Olvidados
Y el vientre de la madre tierra se revuelca entre sus entrañas, sabe que pronto niños olvidados, desnutridos, marginados, serán enterrados como semillas estériles sin luz. Los búhos encadenan la noche a la muerte, muerte que pudiera evitarse si las conciencias de los gobernantes se ablandara como pan duro con agua. Ideales de igualdad reposan entre hojas secas las fuerzas yacen inertes dentro de los cuerpos débiles de nuestros viejos y los cayos de sus manos que ayer empuñaban el azadón quebrando los surcos llenándolos de trigo, maíz y frijol para sustentar el hambre del cuerpo y el alma. La ira se revuelca en sus alforjas tinturando la luna de rojo, las estrellas de negro y el cielo, el cielo sigue sin color por tanto dolor e injusticia social porque los niños y ancianos de mi Patria mueren de hambre, frío, impunidad y olvido porque la equidad de esta tierra mía sólo es un nombre, un cadáver que agita sus alas como flechas sin fuerza cuando aprieta con los huesos de las manos el alba.
–Vilma Julieta Calderón nació en Quetzaltenango, Guatemala en 1960. Es actriz de teatro y cine, cuenta con doce libros colectivos. Ha sido ganadora de múltiples premios literarios.