Mientras se llevaban al niño, Hiram pensó muchas cosas. Primero pensó en la luz blanca que lo absorbía todo en la sala gubernamental. Después pensó en la puerta que se cerraba y en cómo su vida había estado llena de puertas que se cerraban. Después pensó en el final.
Si pudiera hacerlo todo de nuevo. Hiram llegó al cuarto en obra negra que un conocido le prestaba en el callejón Reforma y pensó si pudiera hacerlo todo de nuevo, sin dudarlo ni un segundo. Luego pensó en las puertas que se cerraban y echó el seguro.
Viéndose al espejo y sin saber muy bien cómo, se preguntó: ¿cuándo fue la última vez que se enamoró del mundo? Le vino a la mente la sonrisa chimuela de Lucas. No supo cuántos días pasaron, pero sí supo que los servicios de emergencia no llegaron.
Hiram se dedicaba a dar espectáculos en las calles y plazas públicas. La madre de su hijo los abandonó. Con esperanza medio gastada y un cartón de huevo lleno de ropa deshilachada se fue a la gran ciudad, persiguiendo un sueño que desde hace mucho estaba muerto. Se puso “Mojarrín”, en honor a su procedencia.
-Sí señor, yo soy Hiram, de la Heroica Veracruz.-decía. La sonrisa roja movía un poco la nariz grande delante de sus ojos amarillentos. Y este es mi hijo, Lucas. Todavía no escoge su nombre de payaso, pero pueden decirle, “Mojarrón”-agregaba.
Si tan solo supieran qué tan mal estaban las cosas. Pero no lo sabían. Se iban con la impresión de haber cumplido su cuota con Dios y el mundo con el sonido tintineante de los pesos que caían en el sombrero.
¿Qué impulsa la voluntad del hombre? Probablemente un romántico diría que el amor o la pasión. A Hiram lo impulsaba un niño que siempre tenía sueño y una hielera de unicel a la que le faltaba comida. Pero nunca quiso creer que se pondría peor.
La institución encargada del desarrollo de las familias no creyó que Hiram fuese buen padre. Ni siquiera creyó que hubiera parentesco. No hubo ultimátum. Solo unos hombres que se llevaron al niño y una trabajadora social que se interpuso entre Hiram y la puerta. Era la puerta que se cerraba. Hiram pensó en el final.
Si pudiera hacerlo todo de nuevo. Tenía solo unos tirantes viejos que sostenían sus pantalones talla XXL. Su piel que se adhería al hueso, casi sin interrupción del músculo, lo hacía parecer un mojarrín. No le costó al par de tirantes sostener el cuerpo de Hiram que se mecía desde la viga como un pedazo de papel levantado por el viento. Mientras la vida se le agotaba y las paredes se hacían cada vez más oscuras, pensó en Lucas por última vez. Deseó con sus maltrechas fuerzas que fuera Lucas, quien abriera la puerta que se cernía cada vez más lejos a través de un túnel lleno de imágenes de la vida que lo hizo feliz. Pero el cuerpo se siguió agitando, el oxígeno se acabó, las venas rojas en los ojos saltaron y la puerta nunca se abrió.
Luis Humberto García López (agosto 1998) es estudiante de la Licenciatura en Letras hispánicas por parte de la Universidad de Guadalajara. Es miembro fundador de la Red tapatía de revistas y fanzines así como cofundador de la revista independiente Patíbulo.