Verdad,
ante las miles lápidas que se cuecen frente a los astros, azul marinos, incandescentes como los fuegos de fin año, como esos castillos otrora repliegues de jolgorios, hoy simbolismo de inmarcesible poder.
Piedad,
ante la mirada incesante de los desvalidos que inquietos como moscas revolotean en tus platos y legumbres mientras añoras los recónditos paraísos. Mientras socorres las callejuelas en busca de cópulas y besos al paso.
Incienso,
para soliviantar el hedor de mis muertos, para cubrirlos con pedazos de trapo y lágrimas a plena luz, en plena efervescencia de la racionalidad, mientras se enarbolan las paredes de tu palacio, en plena partida del juego. Tu juego.
Perdón,
para los insanos que se aglutinan frente a los estamentos erigidos por la indiferencia. Piedad mientras las ventanas de los rascacielos besan los talones de Dios, sin embargo desnutre las almas de los fieles irredentos.
Redención,
mientras las rutinas se atosigan dentro de nuestras migajas, mientras se amortiguan en nuestros espacios cerrados, aglutinadas como ratoneras. Musarañas que corremos ante tus inusitados alicientes.
Inquietud,
para las descarriadas figuras que se deconstruyen dentro de nuestros avatares, dentro de sus manidas figuras esculpidas por las aceptaciones colectivas, dentro de los verbos que yacen a merced de los pulgares y corazones.
Intensidad,
para las almas sedientas de hojas y abrazos concretos, para el verbo amar en sus significados ulteriores, para el silente sin alma que yace frente al vacío esperando tu efímero “te quiero”.
Amor,
para quien descubrió tus primeros pasos, para quien atestiguó tu miradas frente al mar, frente a los castillos de arena que intentaste edificar, pese a los látigos de las olas y las vida. Amor para quien cubrió tus miedos y los alimentó de sueños.
Culpa,
cuando se arremete contra la naturaleza, mientras se olisquea los aromas del mar y se abren los caminos del origen. Culpa para quien detiene su espada en las puertas del infierno, mientras contemplas las nubes diáfanas.
Silencio,
para entender tus miedos, para acobijar los recuerdos mientras acaricio tu alcoba en esta procesión que sacude los pecados y los cuelga al mundo, para contemplar la humanidades en sus fueros más inquietos e indelebles. Silencio mientras freno los latidos de mi corazón, y los calibro a tu proceso de culpa.
Olger Huamaní Jordan (1987) es Peruano, docente de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Federico Villarreal; asimismo de la Facultad de Humanidades de la Universidad Tecnológica del Perú.
Muy interesante poema. Muchas gracias por compartir tu arte.