Recuerdo aquel día en que fui por primera vez al Cairo. Transcurría apenas octubre, según mis cálculos. Mi cuerpo, sostenido por el alma, embriagado en su no sé qué, sin saber si aquello era inercia o alguna de esas leyes de atracción de átomos de antaño, que de ser así, parecía que cobraban más vida que nunca. Mi alma, como había dicho, partió al reencuentro con su verdad. Aquella que semanas después, meses después, estallaría con la misma fuerza de los fuegos de diciembre.
Mi mente ya vislumbraba algo, pero no era capaz de hacer uso de alguna tropelosa fuente de nominación. Simplemente sabía que debía de ir al Cairo, a mi vieja ciudad, donde no quería regresar. Pero allí estaba la verdad y me llamaba, y yo quería irme corriendo, hasta con el miedo entre las patas.
Aquellos días fueron la confirmación de que había tomado la mejor decisión en partir. Mi espíritu estaba inquieto, mis ojos rechazaban las viejas pirámides y comenzaban a ver grandes edificios, rascacielos modernos de por aquel entonces. Sin duda era tiempo de una metamorfosis interna, dejé de ser “aquel escarabajo”. ¡Quería vivir!
Recuerdo también aquella mañana de noviembre, la verdad estaba tan cerca de encontrarme, de caerme a puñetazos. Comencé a experimentar miedo, una sensación extraña, como si después de aquellas pequeñas visitas al Cairo, me hubiesen zarandeado de veras. Pero no era la vieja ciudad, era “ella”. Había partido del Cairo mucho antes de dejarlo. No había sido más que un cuerpo deambulante y un espíritu moribundo durante aquellos tres antagónicos y tormentosos años.
Aquella mañana, sola, sentada en aquel húmedo banco, fueron cayendo uno tras uno mis retoños de amor, así que mandé un telegrama a la vieja ciudad. Simplemente comencé a amar la verdad. No miento, los destellos confusos, los anquilosados recuerdos e incluso el futuro comenzaban a encajar. Nunca me había enfrentado de un tirón y en un mismo día a un rompecabezas de mil piezas medio incompleto. La vida, Dios… comenzaba a tener pistas y aquello me aterraba.
¡Cuántos años construyendo pirámides! ¡Cuántas veces huyendo de la verdad! Ciertamente odiaba la verdad, la quería lejos, no la entendía, quería que fuera distinta.
Comprendí que no vale la pena luchar por cambiar ciertas cosas, menos huir o esconderse, porque como una tonta me había dejado enamorar de la verdad poco a poco.
Nunca más fui al Cairo, sinceramente aquel sitio no me hacía sentir bien. Ella ya no estaba y eso era bueno, había comenzado a ver rascacielos como yo, aunque la mayoría de las veces no creo que sean los de la misma ciudad.
Ha pasado un año desde aquel embrollo y estoy peor. Le amo, repito, amo la verdad. La escogí para que fuese mi compañera de camino.
Yisel del Castillo Cruz nació el 15 de febrero de 1994 en la ciudad de Santa Clara, Cuba. Realizó sus estudios hasta el bachillerato en su pueblo natal, Ranchuelo. Posteriormente cursó algunos semestres en Sociología y en Letras; y en la actualidad es estudiante de tercer año de la licenciatura en Español- Literatura en la Universidad Central “Marta Abreu” de Las Villas.