A mi izquierda, un hombre. Suda. Habla hacia afuera para sí. Maldice. Pita. Avanza apenas. Hace muecas. Cambia de luces. Nadie lo pela. Emputado. Se arrepiente. Se desdice. Tose y se asfixia, anochecido. Escupe a su siniestra. Va muy lejos. Eso creo. Y lleva prisa. El silencio de los otros lo trastorna. Vuelve a escupir. Me enferma verlo humillado como un trapo. Quiere salir volando del atasco. Pita y pita y nadie avanza. Se espanta con la osadía de su humor. Es asustadizo. Harto hasta la coronilla de regarla. Sufre. Lo veo sufrir y me da risa. Exhala. El video de mi celular tiene trabajo. Tengo el corazón iluminado por un rato. Se recupera finalmente con la vista a la distancia. Me ignora. Me aburro. Me hundo. Nos hundimos. Toca el claxon. Avanzamos.
El abuelo anda buscando sus sandalias
lentamente,
va a la cocina y pregunta por ellas
extraviado,
ya no teme encontrarse con el fantasma de su padre.
Varias veces lo han visto platicando con el viejo
bajo el rubor tozudo del verano
midiendo con las manos la zanja imaginaria
y el pozo que concurre hacia la nada.
Poco a poco se inaugura a sí mismo
cual columna sin trabes ni tequila
mientras pone sobre el fuego sus mejores días,
un último suspiro a lo que es inevitable.
Pórtense bien, nos recomienda.
Llega el momento / en que la mecedora te recuerda
a los que se han ido / antes de tiempo
y le dedicas una coda al pensamiento
en la modorra / desde el porche / en silencio /
quienes te han amado / y todavía amas tanto / a deshoras.
Se aparecen de repente los fantasmas / por los pasillos
de la Casa donde inhalan / la poesía / porque quizá olvidaron
encendida la estufa /
y el beso en la frente llorosa de la madre
que atestigua.
También están los que caminan muertos /
a paso de tortuga / deambulan
los hermanos / las hermanas
por los cuartos / abren las ventanas
van contando los minutos / las horas más largas del insomnio /
hablan de la muerte / les complace
esnifar un Credo / con el Jesús en la boca / suspendidos.
Hay un rumor de lluvia torpe en mis palabras. Es difícil recordarte y no moquear. Poner la carnada del silencio a tu voz y hacerles peso muerto a las palabras. Acomodar las esperanzas sobre la lancha que va y viene y te marea. Luego tomar viada, tendida la cabeza hacia atrás; empujar los acordes que el mar chasquea con sus labios salados. Darle piola al incendio que no arde. Ser paciente y esperar que un rumor salobre te salpique, jale fuerte y te sacuda desde diez años atrás. Cierras los ojos porque el sedal te quema las manos y lo sueltas para que se canse más. El calor te amalgama con la noche. Por más que abres los ojos no lo puedes olvidar. La muerte —que es omnívora— te exhala un vaho hipnótico que no te haz de creer. Entonces sueltas la caña que tu padre te obsequió y dejas que el recuerdo se haga trizas contra las rocas, otra vez. Hay un rumor de lluvia torpe en estas palabras.
–Juan Pablo Rochín Sánchez.
Nació en 1977. La Paz, Baja California Sur. Premio San Carlos 1 de Junio Día de la Marina 2017; Premio Estatal de Poesía 2016; Premio forca de Poesía 2015; Juegos Florales Nacionales de Poesía Carnaval La Paz 2013 y 2015; Finalista del Premio Nacional de Poesía Mérida 2011; Premio forca de Cuento 2007; Premio Estatal de Ensayo 2006; Premio Estatal de Cuento Todos Santos 2007; Premio Universitario de Cuento, 2003; Premio Universitario de Ensayo, 2003.
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