Hoy no

A las tres de la tarde, ella se despertó con la cabeza latiéndole como si no hubiera tomado el ibuprofeno de siempre antes de dormir. 

Lo que la despabiló no fue el dolor de cabeza resacoso, sino el débil y reiterativo “juiiii…” “juiiiii….”, que parecía venir de un sueño pero en realidad provenía de la cocina.

Era negro, de tamaño mediano, raza indefinida y llevaba un collar de cuero marrón, sin chapa. Fue parte de una camada de cinco. El segundo en salir. Cuando lo eligió, se había conmovido por el brillo alegre de sus ojos negros y ese rabo corto que nunca paraba de moverse. La pareja que ofrecía cachorros en el Paseo destacó que era el más diferente debido a la manchita blanca en el pecho. 

La mujer había tenido un hijo que estaba muy enfermo. Y el cachorrito fue un regalo que lo alegró bastante por esos días. Ese chico no tenía padre y ella sólo lo tenía a él. Y él al cachorrito, claro. 

No pasaban muchos vehículos ese domingo, casi no había ruidos que pudieran solapar el “juiiii…” que venía de la cocina. Por la ventana, las sombras de los árboles se estiraban hasta arañar el horizonte gris del asfalto bajo el sol de otoño. El frío se intensificaba con los minutos mientras las sombras se alargaban y difuminaban con pereza. 

El niño le había puesto el nombre, había elegido el collar y lo había convertido en su compañero de juegos y mejor amigo. Todos los días conversaba con él y todas las noches dormían juntos. Esa amistad duró sólo diez meses. Después, el chico tuvo sus últimas sesiones del tratamiento, de las que no volvió. 

Como suele pasar con los grandes hitos de la vida –nacimientos, casamientos, funerales– los allegados, después de haberla acompañado algunos días, se evaporaron como el recuerdo de una lluvia. 

Después, pandemia. 

Así fue que quedaron solos, ella y el cachorro, hasta el domingo en que el gemido la despertó de un sueño horrible en que se la pasaba matando alacranes. La noche anterior había tomado, ella sola, tres vinos mientras intentaba ver alguna película. En un momento que apenas recordaba, había instalado Tinder y se había puesto a boludear un rato. Después, los alacranes, el latido en la sien y el sonido agudo de la cocina.

La oscuridad de su cuerpo se continuaba en las gotas sobre el charco viscoso del piso. Intentó aliviarle el dolor con caricias en la cabeza. El animal colgaba con las patas delanteras engrapadas en cruz sobre un atril de pintura de su hijo, tenía la panza abierta y el hocico atado con un precinto. Los intestinos, desenrollados, pendían en un casi imperceptible movimiento de vaivén hasta casi tocar las baldosas. Empezó a llorar sin darse cuenta mientras los ojos del animal, fijos en ella, se fueron opacando. Después del último “juiii…” pudo sentir, una vez más, el misterio de una vida que se terminaba para siempre. 

Pasó un dedo sobre el collar y pensó que menos mal que su hijo no vivió para ver eso. Tomó un vaso con agua y prendió un pucho. Por acto reflejo, miró las notificaciones del celular. Había un mail de ella misma, enviado/recibido a las 2:43 de la mañana: “Cuidado con lo que hacés”. 

Tiró el celular sobre la mesada y se fue hasta el baño con intención de mojarse la cara. Con el cigarrillo aún en la mano, abrió la puerta y dio un respingo cuando vio al hombre recostado en la bañera de forma perpendicular, con la espalda contra la pared y las piernas colgando hacia afuera. Tenía los ojos claros y la cara con cicatrices de viruela, apenas disimulada por la barba, pero lo encontró vagamente atractivo, familiar. Estaba desnudo y el agua le cubría hasta el esternón el cuerpo trabajado con esmero. En la mano, tenía una taza con café. 

“Estuvo bueno. La próxima, en mi casa ¿te parece?”

Cezary Novek

(La Paz, Entre Ríos, 1982). Docente y periodista freelance. Coautor de El vaso ruso. Verdad, compromiso y batahola (Postales japonesas, 2010) y Letra muerta. Una novela en la argentina postapocalíptica (Llanto de Mudo, Fan, 2012). Autor de Ropa Sucia (2011), Comidos (2014, La Sofía cartonera, UNC), Los colores que no vemos (2015, Colección Leer es Futuro, Ministerio de Cultura Presidencia de la Nación), La configuración del silencio (Contamusa, 2018; Color Ciego Ediciones, 2019; Austrobórea Editores, Chile, 2019.) y Cada día es un pájaro que se muere (Color Ciego Ediciones, 2019). Participó de las antologías Mala sangre (Colección Pelos de Punta, 2015), Muertos (de amor y de miedo) (Ediciones de la Terraza, 2016), Literatura barata y discos de goma (Color Ciego Ediciones, 2017), Mare Monstrum (Austrobórea, Chile, 2017), El foso. Historias desde el abismo (Austrobórea, Chile, 2018) y Espeluznante (Postales Japonesas, 2020). Colabora con los diarios Hoy Día Córdoba y Marcha Noticias, entre otros.

Mail: cezarynovek@gmail.com

FB/Twitter/Instagram: Cezary Novek

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