Los pasos trazaban su camino en diversas posiciones, junto con giros sobre el aire, acompañados de movimientos delicados con sus brazos y cabeza, creando una perfecta sincronía. El salón de baile era todo para ella, su lugar de escape a la realidad. Podían pasar horas antes de que se diera cuenta que había anochecido, algo muy usual en su vida. Al mirar la luna por la ventana, decidió irse a casa. Limpió rápidamente el sudor de la frente y sin cambiar su vestuario de mallas y blusa de tirantes, se colocó el abrigo que sofocaba aún más su piel. Cerró el local y guardó la llave debajo de la maceta derecha, la cual contenía un arbusto descuidado, con muy poco tiempo de vida.
Cuando terminó de esconder la llave, miró la hora en el reloj junto al letrero que tenía el supermercado, que quedaba justo enfrente de su salón de baile, marcaban las 12:22 a. m., no era tan tarde como en otras ocasiones, por lo que aún había gente en movimiento por las calles. Con paso tranquilo cruzó hacia el mercado, dando vuelta a la esquina y siguiendo derecho. Su departamento estaba cerca, por lo que no le daba miedo ir sola, aunque en esta ocasión podía percibir un ambiente distinto. La poca gente que había, la empezó esquivar y a ocultarse de ella, mientras que otros ojos la perseguían desde el interior de las casas por las que pasaba. La tensión comenzaba, sabía que la juzgaban. Con la cabeza agachada y la espalda tensa aceleró el paso, hasta que el silencio se adueñó de su entorno.
Sin darse cuenta, se detuvo. Se encontraba de nuevo en el mercado, un gruñido ronco se hizo escuchar a lado de su oído izquierdo, la sacó del trance y sin tiempo de pensar una explicación, empezó a correr. Siguió el camino de siempre, pero el edificio donde vivía no estaba a la vista. Escuchaba los pasos fuertes detrás de ella, y una respiración profunda que la seguía de cerca. Las calles se volvían eternas, giró por un callejón con cuatro puertas de cada lado, intentó abrir todas sin éxito, mientras que el latido de un corazón se hizo escuchar, pero no provenía de ella. Al girar para salir del callejón una cara apareció delante, atravesándola como niebla, sin identidad y un fuerte olor a muerte. Antes de poder gritar, empezó a caer a un abismo. Miles de voces se escuchaban a su alrededor, pero no distinguía nada. Su cuerpo daba vueltas esperando a ver el final. Después de varios segundos de caída, miró una luz que empezó a iluminar desde abajo, mostrando su destino, un piso de cemento. Intentó cubrir su cara con los brazos, pero solo logró escuchar el eco del crujido de sus huesos, produciendo un gran estruendo que hizo que despertara del sueño.
Con una respiración agitada y mirando a todos lados reconoció su habitación, era de día. Aliviada por despertar, intentó levantarse pero no podía, miles de manos la sujetaban a la cama. Sacudía su cuerpo con desesperación, pero no lograba librarse, una mano se posó en su garganta empezando a presionar. Llena de dolor y con diversos rasguños por todo el cuerpo, soltó un grito que hizo que las manos desaparecieran, sin perder el tiempo se levantó de la cama a gran velocidad y salió del cuarto. Abría y cerraba puertas intentando huir de su departamento, el cual se encontraba en el quinto piso de un gran edificio. Bajó rápidamente las escaleras: Cuarto piso; no había rasguños en su cuerpo. Tercer piso; tenía puesto sus mallas, su blusa de tirantes y su saco. Segundo piso; el reloj indicaba las 12:18 pm. Primer piso; nadie la seguía. Con el corazón agitado, salió del edificio, y se mezcló con la gente que se dirigía a sus trabajos, empezó a calmarse, su mirada asustada estaba desapareciendo, en tres minutos llegó a su salón de baile, miró el reloj del supermercado, había llegado a tiempo. Buscó la llave bajo la maceta y la encontró en una posición distinta a la que ella acostumbraba ponerla, dio un suspiro y abrió la puerta. Sin tiempo para reaccionar, una bala atravesó su pecho.
Esta vez no despertó.
–Edith Clang es estudiante de lengua y literatura por equivocación, de la lingüística aprendió a decir la “R” a sus 20 años y de la literatura aprendió que no hay trabajo. Achacosa crónica con deseos de viajar a Japón y no morir en el intento. Cada que se acuerda publica en su cuenta de Instagram @conejoliterario
Ay ké shock. Me encantó todo, esa manera de jugar con el lector y bueno, lo ke se puede leer entre lineas. Me atrapó desde el principio Gracias