Debo encontrar las palabras iniciales para mejorar la cordura de un mal que se externa.
Si oculto los sueños de placeres insulsos, la cabeza se pierde en veladas de humo.
El hombre que habita en un alma en la ruina, escondido responde y come la espiga de su tierra labrada en montes de lava.
Escuché el perecer del cielo emplastado de caricias heridas buscando qué enaltecer. Y en el mundo utópico de mi existir volátil, al huir del trueno el olvido es antibiótico.
No comprenderé jamás la sensatez del ser convencional para librar la tristeza encarnada a la piel ultrajada de un fangoso espiral. El buen venir se hizo lejano a las voces y sentires de momentos arcanos, dichosas las venas que recorren praderas con sangre cubierta de un fino marfil.
No soy exacto, mi pasado no es extraordinario. Aunque la incongruencia solicite mi ausencia, la emoción se contrae si la realidad exhorta al escapismo y mi órgano se frunce cuando suelta sus fluidos en un espacio externo ubicado en mi averno genital.
La muerte no se aparta y desgarra al voluble que estuvo dispuesto a confiar. De la mente caen las sobras de una coraza inflable de egos y disputas de locura en transición, la presa se dispone a buscar la parte bella de un espacio donde no tiene el control.
El cerebro se disuelve en líquidos calientes y el bondadoso se retuerce entre las heces. ¡Incompatibilidad mundana que traga las palabras cuando un ajeno observa una personalidad innata! ¡Que se cubran con las máscaras empapando su interior con las lágrimas de Dios! Dicen que si la boca es cocida, sobrevivirá a la normativa vida misma del calvario souvenir.