por Ángel Alejandro Rodríguez.
Ella es el deseo más egoísta que he tenido en mi larga vida: una chica
hermosa que se sienta en una manta sobre la arena de la playa a tocar
la guitarra. Estoy celoso de cualquier hombre que se le acerca, solo quiero ahuyentarlos porque sé que no son buenos para ella. El único bueno para ella soy yo, quiero que toque solamente para mí, que haga vibrar esas cuerdas delicadamente con sus manos tan finas. No soportaría que sonasen para cualquier otro.
Cada tarde, me observa por 45 minutos mientras canta lo que
sale de su corazón. Muchos se le acercan, ella intercambia unas palabras con ellos y se retiran, sé que odia a todos menos a mí, sé que ella está esperándome tanto como yo a ella. Se acercará un poco y será mía, sé que ella lo está deseando, por la forma en la que se sienta, por la forma en la que cruza sus piernas, por la forma en la que canta. Toda su existencia me está coqueteando y tarde o temprano va a ser mía y de nadie más.
Hoy se hizo presente y no se sentó en el lugar de siempre. Comenzó a
caminar hacia mí, cantándome, por fin me ha aceptado como su único
ser amado. Ella me ama y yo la amo, y ahora estaremos juntos por siempre.
Ella y yo, el Mar.
Ojalá te respetaran más, Mar. Sobre todo en verano, que te utilizan como el mayor urinario de mundo, y no mola.