por Alexa Peralta.
Es domingo. Medio día. Estás acostada boca abajo sobre tu cama matrimonial. Tu cuerpo largo y delgado solo abarca una esquina del colchón, medio en sueños, medio en a la realidad. Sientes el cuerpo pesado, cálido. No hay cobija cubriéndote. Pies descalzos, unos pantalones cortos y una playera de tu pareja que aún conserva su aroma. Quiere terminar el verano y empezar el otoño. Escuchas las ramas del árbol sacudiéndose frente a la ventana, los pájaros que cantan, los carros pasan, uno que otro niño llorando. Vives en el centro del pueblo, estás acostumbrada al ruido del tránsito. No sueñas nada. Sientes cansancio pero no sueño. Ni siquiera quieres dormir, solo mantener tu cuerpo recostado porque te pide estar en calma. Ojos cerrados porque arden al estar abiertos, la mente apagada porque no quieres sentir, no quieres existir.
Sientes cómo una mano te acaricia el cuello y te asustas, pero piensas que es tu madre. Abres los ojos y te percatas que es tu propia mano, que la estás aplastando con tu pecho y al moverse por su propia cuenta rozó tu cuello. Vuelves en ti bruscamente, te dan ganas de llorar, pero no te lo permites. Das media vuelta, abrazas la almohada, quieres seguir durmiendo. Aún no estas dispuesta a volver a la realidad.
Logras soñar sin percatarte que lo estás haciendo: estás en una taquería con tu pareja, miras hacia el frente y esta él, tu amigo al que has amado desde hace más de tres años. Te emocionas, te sorprendes, te parece una hermosa casualidad que haya venido de visita a Tecate, siendo él de Tijuana, y que se hayan encontrado en esa taquería. Corres hacia él, lo saludas entusiasmada, pero él no ni siquiera es capaz de mirarte bien a la cara. Muestra indiferencia, cierta molestia. Tú comentas que no puedes creer que esté en Tecate al fin, después de tantas promesas de una supuesta visita sin cumplir. Te percatas que la pareja de él, que tanto te odia, está ahí, entre amistades que no conoces. Ante un comentario burlesco de su parte, te despides y a él parece no importarle. Te diriges triste hacia tu mesa, donde te topas con la ausencia de tu pareja, le preguntas a tu hermana por él, ella dice que se molestó y se fue.
Vuelves a despertar. Sientes frío, no puedes creer que volviste a soñar con eso. Te acomodas boca arriba, te estiras y sientes tu cuerpo adolorido. Te tallas la cara con fuerza, no sabes qué hacer, quieres seguir durmiendo, pero piensas que ya has dormido demasiado. Tomas el celular para ver la hora y en el fondo revisar si tienes algún mensaje de él; tres con treinta, alguno que otra notificación, pero ninguna sobre él. Duele el cansancio, miras el techo sin prestar atención a nada, sabes que no quieres estar aquí, en esta casa tan fría, vacía, ausente de todos. Pero es domingo, no te has bañado y no tienes ganas de nada.
Después de hurgar en Instagram, Facebook y YouTube, tomas el valor de levantarte de la cama. Te miras en el espejo, de alguna manera piensas que no te ves tan mal para ser domingo y no haberte bañado. Crees que con ropa bonita y un labial rojo ocultarás tu miseria del mundo. Te pones una falda nueva, un suéter, botas, no te deshaces el chongo pues sabes que tu cabello esta graso y feo. Te pones un pañuelo como diadema al estilo pin up y labial, sales de tu habitación, escuchas la televisión de fondo, que proviene de la habitación de tu papá. La puerta de la casa está abierta, ves que afuera hay ropa blanca de tu padre tendida y que las plantas de tu patio se mueven con el viento. Das unos pasos hacia la cocina, hay trastes por doquier, sabes que tienes que lavarlos tú, nadie más lo hará. Mañana será lunes y habrá cosas por hacer, la responsabilidad de mantener la cocina limpia ya solo es cosa tuya, de nadie más.
Ignoras la cocina al pasar por ahí, entras a la sala y la perra pequeña que fue nombrada Pirinola por tu madre está acostada en uno de los sofás, te mira y mueve la cola, pero no se acerca a ti. Sigues caminando, piensas en decirle a tu padre que irás a dar la vuelta al parque, pero no lo haces. Solo sales de casa y sientes el viento cálido lleno de arena en tu cara, caminas con tranquilidad por la banqueta en dirección al parque. Sientes cómo pasan los carros por la calle a un costado, algunos más lento que otros, no reprimes la sensación de que alguien te observa y te preguntas si será solo cosa tuya. Decides ignorarlo, proseguir tu camino. Sigues sintiendo el viento cálido y rasposo, los labios secos y el sol que quema, molestando la piel y los ojos. Sientes dolor en el cuerpo, sientes que te asfixias, quieres llorar, piensas que no fue una gran idea salir de tu casa.
Llegas al parque y tomas asiento en una banca que se encuentra sola, a tu alrededor hay parejas jóvenes, parejas viejas, niños corriendo, vaqueros con sus instrumentos buscando a que turista tocarle alguna canción. Comienza la música de banda y miras cómo algunas parejas adultas se ponen a bailar. Un recuerdo se cuela en tu cabeza; eras pequeña, no recuerdas qué tanto, posiblemente también era domingo. Te encontrabas en ese mismo banco, tus papás bailaban juntos al son de la misma música y tu llorabas porque te encontrabas cansada, querías volver a casa. Una señora se acercó a ti y te invitó a bailar pero tu madre la interrumpió, le dijo cosas que no alcanzaste a escuchar, decidiste irte por tu propia cuenta mientras aun llorabas. Tu madre te encontró.
Ahora lloras, te miran, pero nadie se acerca, porque ya no eres esa niña cansada por estar todo el día del domingo fuera de casa. Ya eres una joven adulta que se encuentra cansada de la vida y aunque quieres irte por tu propia cuenta de la misma forma que antes, no puedes. Recuerdas que ya no tienes una madre que te consuele, no tienes a nadie, más que a ti misma.